El Galiñeiro es un bastión de granito que conecta varios municipios, entre ellos los de Gondomar y Vigo. En la antigüedad pasaba una importante ruta que comunicaba el Val Miñor e incluso Tui con las Terras do Val do Fragoso, es decir, gran parte de lo que hace más de 1000 años, a principios de la Edad Media, habría sido la Terra de Turonio. Era una tierra de antiguas tradiciones que aún hoy se conservan y muy probablemente evolucionaron desde la Edad del Bronce hasta nuestros días.
Antiguos oficios como arrieros, leñadores y, sobre todo, pastores y canteros convivían en estas tierras coronadas por la cima del Galiñeiro con sus 709 m. de altitud. Un pico que albergó un castro de la Edad de Hierro y posteriormente una conocida pero derribada torre medieval que se conservó hasta el siglo XIV y de la que ahora no queda nada. Pero lo que trasciende y se esconde en estas montañas son cosas más ocultas, más desapercibidas, que iremos descubriendo en este recorrido patrimonial por esta sierra que es símbolo y acantilado granítico de un territorio desconocido para muchos y que todo habitante de su comarca, Vigo, Gondomar, O Porriño, incluso Nigrán y Baiona, debería conocer.
Alberga las raíces de nuestro patrimonio inmaterial, como las leyendas e historias de seres mitológicos gallegos, así como pequeñas fábulas y creencias que han evolucionado a lo largo del tiempo hasta llegar al imaginario de muchos de nuestros abuelos y que forman parte de nuestra identidad como pueblo. Debajo de Monte Arruído iremos en busca de la Casa do Demo, la Cova da Vella, la Cova do Brión, los Petroglifos de Auga da Laxe y, por supuesto, la Cova da Becha.
Los petroglifos de Auga da Laxe son únicos en toda Europa. Anteriormente se le denominaba Petroglifo de la Procesión por la apariencia de los grabados como estandartes. Esta piedra no es el único caso de representación de armas de guerra en Galicia. Según el investigador Vázquez Varela, representarían la presencia de grupos guerreros dominantes de la Edad del Bronce Antiguo, probablemente Oestrimnios, como los llamaban los comerciantes griegos que tenían la necesidad de informar y advertir, a través de estos grabados, a cualquier extranjero que hubiera entrado en sus dominios.
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